diumenge, 11 de novembre del 2012

ALCÀSSER, VINT ANYS DESPRÉS


Han passat vint anys del dia en què Espanya va entrar en el món fosc del telefems més abjecte. Nieves Herrero va obrir la veda a la televisió de la merda en prime time i des de llavors no ens n'hem pogut alliberar. La raó, el descobriment dels cadàvers de les nenes d'Alcàsser assassinades per Antonio Anglés i Miquel Ricart. Ningú sap si es viu o mort, però avui el Diari El País -el mateix que fot fora un caramull de personatges històrics del periodisme com Forges o Ramon Lobo- fa un bon reportatge sobre els fets, sobretot la part de recreació del poble que escriu Xavier Aliaga, un dels escriptors més interessants que tenim en català, que va negrejar amb Els neons de sodoma. Són mals temps per al periodisme, però de tant en tant encara hi ha algunes coses que se salven, com el magnífic treball fet per Joan Manuel Oleaque a Des de la tenebra. Massa sovint la novel·la negra només és un pàlid reflex dels nostres pitjors horrors.

Ni entre los vivos ni entre los muertos
Dos de los investigadores de la desaparición de las niñas de Alcàsser no se atraven a decantarse por ninguna hipótesis acerca de qué fue del asesino Antonio Anglés


Nadie sabe si Antonio Anglés está vivo o muerto. Nadie es capaz de sostener con pruebas si este hombre, acusado del crimen de las tres niñas de Alcàsser, está en el mundo de los vivos o en el de los muertos. Ante esa duda, que continúa sin resolverse 20 años después del triple asesinato, Anglés sigue figurando en la web de Interpol como uno de los sujetos más buscados del mundo. Así lo acredita el símbolo rojo que figura junto a su nombre y su número (el 1993/9069). Pero la verdad es que hoy nadie le busca. Lo único que esperan la policía y la Guardia Civil es que un día alguien detenga a este sujeto en cualquier rincón del mundo, que le tome las huellas y que, al cotejarlas con las de los fichados por Interpol, descubra que es el peor criminal de la historia reciente de España. O bien que algún día aparezcan unos huesos en una playa o un barranco y que el ADN demuestre que pertenecen a Anglés.

Anglés, que hoy tendría 46 años, es el sospechoso del secuestro y asesinato de las adolescentes Miriam García Iborra, Toñi Gómez Rodríguez y Desirée Hernández Folch, las niñas de Alcàsser (Valencia). Las tres jóvenes desaparecieron la noche del 13 de noviembre de 1992, cuando hacían autoestop para ir desde Alcàsser a la discoteca Coolor de Picassent. En esas estaban cuando fueron recogidas por los ocupantes de un Opel Corsa (Antonio Anglés y su amigo Miguel Ricart). El coche, en vez de detenerse en la discoteca, pasó de largo. Y ahí se inició el espeluznante martirio de las tres chicas, que incluyó horas interminables de terribles torturas, violaciones y mutilaciones en una sucia caseta de la partida de La Romana, en un monte próximo a Catadau. Anglés y Ricart pusieron fin a su orgía de sangre y sexo obligando a las niñas a caminar —a la luz de unas velas— hasta un agujero donde, una tras otra, fueron asesinadas de un balazo en la cabeza. Después, los homicidas enterraron en el hoyo los cadáveres, envueltos en un trozo de moqueta, convencidos de que jamás serían hallados.

Un oficial de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil recuerda hoy aquellos primeros momentos del caso: “Desde el minuto uno nos temimos lo peor. Interrogamos a los dueños y a los clientes de la discoteca y tuvimos la certeza de que las niñas no habían llegado jamás al local. Descartada su fuga voluntaria, solo quedaba una hipótesis: habían sido secuestradas, violadas y muy probablemente asesinadas”.

La Guardia Civil investigó a los delincuentes sexuales de la zona. Por ejemplo, durante dos semanas siguió los pasos de un maníaco que solía ir a una tienda, compraba la muñeca más grande que hubiera y se iba a un descampado donde satisfacía sus obsesiones sexuales. Otra pista conducía a Marruecos, a donde las chiquillas habrían sido llevadas como esclavas sexuales. Toda España, sensibilizada a través del programa de televisión Quién sabe dónde, se volcó en la búsqueda de las chiquillas. Todo en vano.

Cuando toda la ciudadanía llevaba dos meses convulsionada por la misteriosa desaparición de las niñas, el Ministerio del Interior decidió formar un equipo conjunto de la Guardia Civil y la policía para tratar de aclarar el enigma.

Ricardo Sánchez, inspector jefe del Grupo central de Homicidios, fue designado para formar parte de esa unidad de élite: “Un día me ordenaron que apoyara las pesquisas. Llegué a Valencia el 26 de enero de 1993 para participar en la Delegación del Gobierno en una reunión con la Guardia Civil. Desde el primer momento supimos que estábamos ante un crimen por motivaciones sexuales. Tuvimos la convicción de que el autor o autores habían matado y enterrado a las víctimas tratando de asegurarse su impunidad”.

Apenas 24 horas después de esa primera reunión del equipo conjunto, la intuición del inspector Sánchez se vio trágicamente confirmada. Gabriel Aquino González, un apicultor de 69 años, y su consuegro José Sala Sala, subieron a la montaña a revisar unas colmenas. Allí descubrieron, horrorizados, cómo emergía de la tierra lo que parecía ser el brazo de una persona que aún conservaba un reloj.

Toda la zona fue acordonada. Entre los restos de tierra extraída de la fosa, se descubrió un cartucho sin percutir. Junto a unos matorrales, un volante del hospital de La Fe hecho pedazos que, al ser reconstruido, resultó que estaba expedido a nombre de Enrique Anglés por haber sido atendido de sífilis unos meses atrás. Así que los guardias fueron en su busca y le detuvieron, junto con su amigo Miguel Ricart. Pero quien había ido al hospital en realidad había sido Antonio Anglés, un delincuente archifichado que había suplantado la identidad de su hermano Enrique, un muchacho con pocas luces.

Ricart confesó pronto su participación en el triple crimen, junto con Antonio Anglés, su habitual compinche de correrías. Y ahí empezó una apabullante operación de caza y captura de Anglés por todo Valencia.

A la una de la tarde del viernes 29 de enero, Antonio Anglés tuvo la osadía de entrar en La Peluquería, un establecimiento de la Gran Vía de Fernando el Católico para que le quitaran el rubio teñido del pelo y se lo pusieran de color castaño. Durante el tiempo que permaneció allí intentó ligar con una de las empleadas, a la que llegó a preguntar a qué hora acababa de trabajar para ir a recogerla. Cuando se marchó, los dueños avisaron a la policía tras sospechar que se trataba del sujeto buscado por el caso Alcàsser. Pero ya era demasiado tarde.

No se sabe cómo, el asesino jugó al ratón y al gato con la Guardia Civil durante varios días, logró burlar el cerco policial, llegar a Minglanilla (Cuenca) y proseguir su huida hasta Portugal.

Un día de marzo de 1993, un policía antidrogas de Portugal telefoneó a sus colegas españoles y les dijo que creía tener una pista del violador y asesino de Alcàsser. Los agentes de la Brigada de Estupefacientes le pasaron el contacto al inspector Ricardo Sánchez. Y este fue y le llamó:

—Me han dicho que puedes saber algo del individuo que estamos buscando...

—Sí, tengo un colaborador que me describe a un hombre que coincide con esa persona.

—¿Qué grado de fiabilidad tiene ese confidente?

—Total. Del cien por cien.

—¿Y qué te ha contado?

—Que conoce a un tipo que simula que habla italiano, aunque en realidad es español. Suele ir con ropa de manga larga, pero el otro día vio que tenía en el antebrazo izquierdo un tatuaje de una chinita con una sombrilla.

—Pues encaja. Voy para allá.

Ricardo Sánchez salió disparado para Lisboa y encontró al tipo con el que Anglés llevaba 15 días conviviendo en Caparica: un drogadicto llamado Joaquim Carvalho, que explicó que Anglés andaba a la búsqueda de un barco que le llevara a Brasil y que había desaparecido tras apoderarse de su pasaporte.

El 19 de marzo, el policía leyó en un periódico: “Descubierto un polizón portugués en el mercante City of Plymouth”. No tuvo la menor duda de en realidad no era portugués, sino español, y que su verdadero nombre era Antonio Anglés.

El inspector Sánchez voló a Dublín. Pero el buque ya había atracado y Anglés se había tirado al agua —o lo habían tirado— con un chaleco salvavidas. Ese objeto fue lo único que se halló cerca de la bocana del puerto. Ni rastro del fugitivo. ¿Se ahogó? ¿Logró llegar a tierra y continuar su huida a otro país? ¿Tal vez Brasil, como le había confiado al yonqui Carvalho?

El 11 de septiembre de 1995, un hombre encontró una calavera en una playa del condado de Cork, al sur de Irlanda. “Decían que tenía el tabique nasal desviado, igual que Anglés. Yo me empeñé en traer ese cráneo a España. Extrajimos el ADN de una muela y lo comparamos con el ADN de su madre, Neusa Martins. No era el que buscábamos”, recuerda Sánchez.

En marzo de 1996, dos guardias civiles viajaron a Uruguay tras el rastro del fugado, después de que una prostituta comentara que tenía un cliente con unos tatuajes similares a los del presunto asesino (un esqueleto con una guadaña; la leyenda Amor de madre; y una chinita con una sombrilla). Los agentes jamás dieron con ese individuo.

Cuando se cumple el vigésimo aniversario de la desaparición de las niñas de Alcàsser, sigue sin haber el menor rastro del hombre que les dio una muerte cruel y horrorosa. ¿Está vivo o muerto? Ni el inspector Sánchez ni el oficial de la Guardia Civil que siguieron sus pasos se decantarse por una posibilidad u otra. El misterio continúa.


La pesada losa de un crimen
Los vecinos de Alcàsser tratan de olvidar 20 años después el asesinato de las niñas Toni, Miriam y Desirée
Antonio Anglés, ni entre los vivos ni entre los muertos
XAVIER ALIAGA 11 NOV 2012 - 01:46 CET3


Veinte años no son nada. O un mundo. Como en tantos otros pueblos de la periferia de Valencia, en los accesos a Alcàsser, que suma ahora unos 2.000 habitantes a los 7.000 y pico que tenía en 1992, están visibles las cicatrices de la eclosión urbanística. Pisos y adosados nuevos, muchos por vender. En el centro, por el contrario, perviven bonitas casas bajas huertanas, de fachadas coloridas y el típico enrejado de la zona. No hay rastro del aniversario: ni carteles, ni homenajes. En el ayuntamiento se anuncia una muestra “agroalimentaria”. Mientras, en el pulcro cementerio de Alcàsser, en el extraño monumento erigido a la memoria de las niñas, no hay carteles, ni ramos, ni recordatorios.

Es día de mercado. Cae una lluvia fina y molesta. Y en los corrillos la gente habla del tiempo, de las hipotecas o del euro por receta. En un bar, seis mujeres toman café. Preguntamos por el aniversario. “Yo no vivía aquí cuando pasó”, se excusa una. “Nunca consigo acordar si fue en el 92 o en el 93”, contesta otra. El resto baja la cabeza. Hay un silencio incómodo que una de ellas rompe secamente: “Yo sí me acordaba. Mi hija tiene la misma edad". “Para los padres es muy duro remover todo esto”, alegan. Alguien retoma la conversación donde la dejaron. No quieren decir nada más. La escena, con variaciones, se reproducirá unas cuantas veces. Casi nadie quiere hablar. Y quien lo hace pide por favor que no se diga su nombre, ni su edad, ni su actividad. Nada que les identifique. Se excusan en la proximidad a las familias.

“Si preguntas, nadie te dirá que es una fecha importante. Es una cosa que no recuerda casi nadie si no haces referencia. Cuando el décimo aniversario se hizo una misa por las niñas, y no fue más gente que los feligreses habituales”, explica Josep P. Gil, psicólogo municipal y una de las personas que atendió a las familias. “La gente no tiene interés. Te mirarán con cara rara si les dices que es el vigésimo aniversario. ¿Qué te van a decir? Que fue muy fuerte, que pobres familias, pero poco más. No tienen ganas de remover el tema”. ¿Por el estigma? “Sí. Lo peor era que cuando decías que eras de Alcàsser, te contestaban: ‘Ah, el pueblo de las niñas’. No era agradable. El problema es que nos hicieron famosos por ser víctimas, que eso algún padre lo pudo aprovechar, pero no era lo adecuado. Está bien que los medios de comunicación recuerden estas cosas, pero que no se recreen, que no le pongan el micrófono a las víctimas”, pide Gil.

Porque en Alcàsser no se olvida el tratamiento televisivo de hace 20 años, el calvario retransmitido en directo tras la aparición de los cuerpos de las niñas. Entre el programa De tú a tú, de Antena 3, y ¿Quién sabe dónde?, de TVE, consiguieron aquella noche una audiencia de 17 millones de espectadores. Con un precio muy alto. Especialmente De tú a tú, presentado por Nieves Herrero, muy incisiva a la hora de conseguir que las familias y los vecinos de las niñas desnudaran sus sentimientos en directo, cosechó durísimas críticas por su sensacionalismo. “En el momento que eres víctima, estás receptivo a cualquiera que te haga caso y te haga sentir importante, te dejas llevar. Te hacen sentirte importante de momento. Pero luego llega el día a día y es muy duro”, razona Gil.

El pueblo no olvida el calvario retransmitido en directo tras la aparición de los cuerpos de las niñas
Alcàsser continuó mucho tiempo bajo el foco: las contradicciones en la investigación; la rocambolesca fuga de Antonio Anglés, considerado el autor material de los asesinatos, al que se le pierde la pista en un navío que se dirigía a Irlanda; y el enrevesado y largo juicio en el que su cómplice, Miguel Ricart, el único condenado —a 170 años de prisión, por rapto, asesinato y violación—. Todo esto alimentó teorías alternativas sostenidas por el padre de Miriam, Fernando García, con el apoyo del criminólogo Juan Ignacio Blanco. En ellas, Anglés y Ricart, residentes en la vecina Catarroja, no eran los asesinos, sino los encargados de secuestrar a las niñas para que, supuestamente, personajes influyentes sofocasen con ellas sus más salvajes y macabros instintos. Programas de televisión como Esta noche cruzamos el Mississippi, de Pepe Navarro, en Tele 5, o el espacio El juí d’Alcàsser, en Canal 9, entre otros, alimentaron la rueda durante los cuatro meses largos del proceso. Espacios diarios. Centenares de horas de programación, de testimonios, de debates. De juicio paralelo en el que se comprometía la honorabilidad de policías, políticos, jueces o fiscales. En junio de 2009, García y Blanco fueron condenados por las “injurias y calumnias” vertidas en El juí d'Alcàsser. Más de 600.000 euros de indemnización entre los dos.

Todo aquello hizo mucho daño. Y sobre los familiares que todavía residen en el pueblo se ha tejido un halo de protección. Nadie quiere reabrir heridas. El dolor persiste, pero la vida, de alguna forma, ha seguido su curso. El padre de Desirée y la madre de Miriam murieron hace tiempo. Del resto, tres viven en Alcàsser. Los padres de Toñi, ya jubilados, tienen nietos a los que llevan al colegio. Rosa Folch, la madre de Desirée, que quedó viuda, también tuvo un nieto “que le ha dado la vida”, cuentan. Mientras, Fernando García, enfrentado a las familias de Toñi y Desirée por la sobreexposición mediática y por la oscura gestión de una fundación que, supuestamente, recaudaba generosos fondos para la persecución de la corrupción de menores, hace tiempo que no vive en Alcàsser. No era de allí y “nunca estuvo muy integrado”, dicen en el pueblo. García llegó a tener un negocio de colchones en Catarroja, muy cerca de donde vivía la extensa y peculiar familia de Anglés, con la que tenía un trato bastante directo. Neusa Martins, la madre de Antonio Anglés, brasileña de origen, reapareció hace pocos días en una entrevista en Abc para renegar de su hijo (“si me dijeran que aún vive, no querría saber nada de él”, llega a decir) y para aventurar que murió en aquel barco que le llevaba de Portugal a Irlanda, que debió de caer al agua y morir bajo las hélices. Eso dice.

Por su parte, el Tribunal Supremo estableció en enero de 2011 que Miguel Ricart seguirá en prisión hasta 2023 por la aplicación de la llamada doctrina Parot, que establece que los beneficios penitenciarios han de ser aplicados sucesivamente a cada una de las condenas impuestas y no a una. La noticia fue acogida con alivio en Alcàsser. Pero también despertó recuerdos. Puede que, con el 20º aniversario, el circo se movilice de nuevo. No será bien recibido. “Sobre ese tema no te voy a contar nada”, contesta un joven más o menos de la edad que tendrían ahora Miriam, Toñi y Desirée. Es un tema que hiere. Se retira y masculla algo entre dientes sobre “remover la mierda”. Una losa muy pesada todavía.

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